sábado, 13 de agosto de 2011

Las hélices



alzan el vuelo escalador en el aire, próvidas
en discos, del rigor del cilindro se apoderan,
poderosas, las hélices, añadiendo contornos
y con mano solar enriquecen la esbeltez
a otros cuerpos desposeídos ya de la pólvora.

Parpadea, se planta infatigable, melódica
entonces la ignición, igual que un cóctel de metales
crujiendo en torno a un cisne de fuego,
como en el viento una cadencia de hélices irrumpe
bajo el odre flagelo de un hojaldre impoluto.

Como cuando brotan de brasas mórbidas huríes
pidiendo sugestión al escoplo y averiguan
que juega con sus lémures al mus todavía
el juglar por quien morderían el ataurique
y se busca enroscada en otra una hélice.

Su villa tiene calles de balcones abiertos
a dragones con émbolos y ecos de zarzamora,
sonata de florestas cuya edad trepa en hélice,
cuando el ojo de pie izado del cuerno entre manos
cómo pelar las hachas con que peinan los mitos.

Aunque solo en mí todo así fuera,
tramo entre más angostos muros de aire
denunciar la tortura de las gallinas presas:
las da un barniz el níquel a base de ahogarlas...
¡voy a enjugar su olor a soledad con cerveza!

Privo al ídolo de la fiebre de oro inconcluso
trabando luz a besos durante noche y día,
envidando al cosmos con brebajes, trotando
ligero, nimio en los barrios, pueblos, que hay arañas
que hacen pan con la fiesta de las moscas.

De Ulises, no la Troya secreta, sino el vate,
para ensartar sus garras a jabatos cual búho,
descalzaría en ancla con arroyos un póker
suspirante por que bajaran su cremallera
con la noche al acecho entre los lirios.

Quiero verla en tus válvulas antes encarrilada,
conque vete a la mar sin mí, lejos de bahía,
no obstante vuelve como gaviota hacia la puesta.
Surcarás tú mi córnea, yo templaré la bóveda,
los dominios tomados de las hélices.

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